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AGUJERO NEGRO

AGUJERO NEGRO

Cuando menos curioso. Cuántos años hacen falta para borrar una vida, cuántos para que sólo quede la imagen desdibujada en el espejo, los ojos empañados de tristeza y desmemoria. La crueldad del azar, de poseer un futuro o no y es que todo está escrito en la inmensidad del mapa genético.

Vida, no no es vida, no se siente, no se padece, se pasa por el día de puntillas. Muerte, no es muerte, en sus ojos sienten, padecen, cada paso que dan duele. Niños, pudieran parecerlo, peró ahí, escondidas tras esas pupilas empañadas, están sus experiencias, su sabiduría, toda la felicidad pasada, todo el sufrimiento. Sus vidas.

Y no los vemos, casi no los vemos, los hemos olvidado. Pensamos que siempre fueron así, con sus pañales y su incapacidad para bañarse solos. Los hemos olvidado, hemos perdido su pasado.

Se me parte el corazón al acariciar su pelo, se me llena de ternura al más leve gesto de reconocimiento. En ese preciso instante quiero cubrirlos de besos de caricias imaginando que por un momento se aliviará ese sufrimiento inconsciente, ese sufrimiento que aflora, en tan pocas ocasiones y que hace que les brillen los ojos con el destello de la cordura.

LE DE MOULEN

LE DE MOULEN

Este fin de semana me regalaron un romántico viaje a París. Ha sido inolvidable y muy importante para mí. Lo curioso es que en estos viajes rodeados de magia, siempre suceden coincidencias extrañas que te hacen tomar conciencia de lo pequeño que es el mundo.

París, para los que no lo conozcan tienen que ir cuanto antes, es una ciudad abrumadora, llena de rincones imprescindibles. Eso supone que si vas un fin de semana tienes que elegir dos o tres cosas que ver y luego tienes que prometerte volver para disfrutar todo lo demás. Yo tengo la suerte de tener un amigo que se autodenomina ciudadano del mundo, Manu es un aventurero nato y ahora mismo vive en París, claro que casi nunca tiene tiempo entre su trabajo y sus mil viajes. Cuando llegamos al aeropuerto le llamé sin muchas esperanzas y milagrosamente estaba disponible todo el fin de semana. Lejos de tener que conformarnos con ver dos o tres lugares emblemáticos Manuel se encargó de que visitáramos casi todo en dos días. Eso supuso que al segundo día me dolían partes de mi cuerpo que ignoraba tener, horroroso, no paramos de andar, andar y andar. Todo era precioso y nuevo, pero que cansancio! El sábado por la tarde ya no podíamos más, estabamos subiendo una cuesta enorme y pensamos que o añadíamos un poco de glucosa al torrente sanguíneo o nos desplomábamos allí mismo. Vi una cafetería que prometía postres buenisimos en una pizarra exterior y entramos. Algo llamó mi atención inmediatamente, en una pared destacaba el cartel de la película Amelie de Jean- Pierre Jeunet y entre los postres del cartel se leía cream broule ( en castellano crema catalana) al estilo Amelie. Tengo que aclarar que esa es una de mis películas favoritas y me pareció gracioso que al dueño de la cafetería también le gustara tanto. Pedí ese postre por supuesto y lo disfrute más por el simple hecho de ser al estilo de la película, me sentí envuelta de fantasía, de boemía,  cada cucharada me supo a París.

El descanso terminó porque la luz era cada vez más tenue y había que llegar al Sagrado Corazón. Antes de salir pase al baño y allí estaba la puerta de la película, la del baño de la cafetería donde trabaja Amelí, la reconocí de inmediato, sin lugar a dudas, estaba más sucia, menos lucida, pero era la puerta. Salí emocionadisima a contárselo a Manuel y a Borja. Estabamos en el lugar donde se había rodado, seguro, tenía que ser eso. Ellos se rieron de mi y de mis fantasías románticas, pero yo insistí en que tenía razón, tanto, tanto, tanto, que Manuel le preguntó al camarero. A mi me daba igual la respuesta del camarero porque lo tenía clarisimo, asi que salí para ver otra vez la puerta. Dos segundos más tarde salieron ellos, la derrota se pintaba en sus rostros, y es que como no podía ser de otra manera, yo tenía razón, allí habían rodado la película.

Yo desde que había entrado en el baño estaba emocionada ya que las coincidencias de ese tipo me causan una extraña alegría, a ellos les pareció una tontería. Pero yo en aquel momento no les prestaba ninguna atención porque a mi boca había vuelto más intenso, el sabor de la crema catalana al estilo Amelie.

EL COLOR DEL SONIDO

EL COLOR DEL SONIDO

El verano pasado, en mi cumpleaños, una buena amiga me regaló un libro. Me pareció curioso tanto por la portada como por el título: "Los artistas de la memoria". Creí que iba a leer una sugerente historia de bohemios y románticos. Nada más lejos de la realidad. Entré, de pronto, en el desconocido mundo de los sinestésicos. No son una raza extraña, ni son extraterrestres, son como nosotros pero con más suerte, desde mi punto de vista. La sinestesia es un trastorno de la percepción con una incidencia muy pequeña, los que la padecen ven en colores. Si yo de entrada tampoco lo comprendía, la mente de estas personas asigna a cada sonido un color y así cuando ellos oyen, se les forman imágenes de los sonidos. El protagonista del libro no sólo tiene esa particularidad sino que, además, es hipernemotecnico y memoriza todo. Con estas características el coktel es explosivo. El libro es la historia de Noel, de sus capacidades y de cómo logra vivir a pesar de ser tan diferente.

No os cuento más porque merece la pena ir descubriendo cada matiz, sólo deciros que esto que os he contado no es lo que más me impacto del libro sólo lo más interesante, pero la historia está llena de sorpresas.

Después de sumergirme en este mar de sensaciones me quedó sólo una pregunta, ¿qué se sentirá al oir colores?

MIEDO

Me pregunto quién será mañana,

Blanco, negro, azul, rojo, amarillo.

Me pregunto como será mañana,

Sin sangre en las esquinas, sin tierra en los ojos, sin agujeros en las entrañas.

Como será mañana,

Azul, rojo,

De nuevo los gritos, el corazón quieto en el pecho, sin hacer ruido.

Sin palabras, sin pensamientos, autómatas otra vez.

Será mañana,

Blanco, negro, amarillo,

Las calles llenas de vida tímida, expectante, viva.

Será.

LA VIDA EN MI BOLSO

Hace tiempo que renegué de las modas y decidí que pese a toda tendencia yo necesito un bolso grande, sólo puedo hacer una excepción en contadas ocasiones (bodas, bautizos y comuniones), para todo lo demás cuanto más grande mejor. Ayer vi un bolso perfecto para mi causa, un bolso que reunía todas las condiciones que yo exijo. El único problema es que cuando la dependienta pasó el código de barras en la caja vi que ponía bolsas de viaje. Y pensé que era genial, una bolsa de viaje que parecía un bolso, justo lo que necesitaba. Y es que mi bolso tiene que ser capaz de contener todo mi universo en un espacio que yo pueda llevar cómodamente colgado del brazo, y no exagero, puedo sobrevivir en cualquier parte sólo con el.

No no se asusten que no llevo ningún objeto mágico ni maravilloso, no llevo lo normal. Una cartera tamaño bolsito, porque si no no me entrarían las fotos, los resguardos de todo, las tarjetas de todo, los recuerdos, el paquetito con hilos y agujas que me regalaron en un hotel, las monedas y los billetes. Luego las llaves, las mías, las de casa de mi tía, melas ha dado para que cuando vaya a cuidar a mí primito no corra el riesgo de despertarlo de su siesta, las del coche y las de la furgoneta del trabajo (sí soy enfermera/conductora, pero eso es otra historia). Luego llevo mi cuaderno de ideas no vaya a ser que la inspiración me pille fuera y pierda la influencia de las musas. Un libro, no puedo ir sin un libro porque nadie sabe cuantas esperas inesperadas lo esperan a uno y hay que estar preparado. Un recogedor para el pelo, un cepillo y una goma, porque una no puede vivir si el pelo la incomoda. Varios bolígrafos, que si se acaba la tinta de uno hay que tener repuesto. Mi música, eso si que está de moda, el mp3 y los cascos, que la música amansa a las fieras y yo a veces la necesito mucho. Unos pendientes de emergencia, maquillaje, un lápiz de labios y rimel (esto es de nueva adquisición, pero también es otra historia). Unas tijeras, imperdibles y unas pinzas que me han salvado en muchas ocasiones. Algún analgésico por si alguien tiene algún dolor. Varios paquetes de pañuelos. Una consola que es un regalo y que me sumerge en mundos de encefalograma plano, no hay que despreciar ninguna vía de escape. Se me olvidaba, los dos móviles, el mío y el del trabajo que por su tamaño puede resultar muy bueno como arma defensiva. Las gafas del ordenador, las gafas de lo demás y las de sol. A veces también llevo una naranja por eso del hambre inoportuna. Y alguna otra cosilla por si me sorprenden con un viaje inesperado que no me pille en b…

En fin que cuando alguien hace la típica pregunta: y tu que te llevarías a una isla desierta, yo lo tengo claro, me llevo MI BOLSO.

¿MILAGRO?

La Señora Ana era la mujer más elegante que había en la residencia, y eso se nota. La elegancía no se compra ni se vende. Ella a pesar de no decir palabra, de necesitar nuestra ayuda para cada actividad de su vida, era elegante y ya está. Tenía mirada de mujer fatal, de soltera convencida y vivida. Su sonrisa era infantil y enigmática al mismo tiempo. Si, no lo puedo negar, era mi favorita sin duda. Cada mañana intentaba hacer mis tareas de primera hora lo más rápido posible para poder ir al comedor de asistidos a darle el desayuno. Era el momento del día.

Desde fuera la planta de asistidos puede parecer un lugar horrible y lúgubre, pero sólo es apariencia, porque la realidad es que es un mundo aparte, un lugar mágico a veces, subrealista otras y emocionante. Un reducto amable en este mundo que te atrapa como un refugio. El tiempo se detiene y sólo importan ellos y tu, esos momentos que guardas como un tesoro en tu memoria. Ese día en el que Rosario está contenta y tararea canciones de los años 20 sin parar con esa voz lírica mientras se toca su collar de perlas. Ese día en que Encarna te come a besos sin parar y te sigue mientras vas curando a unos y a otros.

O ese día, aquel que guardo con más cariño. Era una tarde de verano tan calurosa que no podiamos salir a la terraza con ellas. Estabamos en el salón colocandolas en sus sillones. La Señora Ana era incapaz de mantener la verticalidad sin ayuda de las sujecciones, sin que eso mermara su porte ni un poquito. Pero aquella tarde se sujetaba mejor y decidimos colocarla suelta. Comenzó a balancearse adelante y atrás, adelante y atrás tan levemente que no nos dimos cuenta hasta que el estrepito evidenció el desastre. Cayó de bruces produciendo un estrépido tal que pensamos lo peor. Corrimos hacía ella rezando para que no fuera grave. Cuando la escuchamos, con la cara aun en el suelo, la escuchamos. No hablaba y la escuchamos diciendo "que trompazo dios mio, que trompazo". La levantamos sin dar crédito mirando como se sujetaba la nariz, ella que apenas movía las manos y hablaba, no paraba de hablar, que vaya golpe más tonto, que no se nos ocurriera llamar a su sobrina que se iba a disgustar. Y no nosotras allí comprobando que no se había roto nada, curandole la nariz e intentando no descolocar lo que fuera que se había colocado. Al día siguiente la descubrí robando el Hola furtivamente y leyendo los cotilleos de la flor y nada de nuestra sociedad. Y así conocimos un poco más a la Señora Ana, la más elegante de mi residencia, la mujer de mirada fatal.

Milagro, quien sabe.

LO CONFIESO TENGO PERRO

LO CONFIESO TENGO PERRO

Si amigos, tengo un perro, bueno una perrita que pesa 2kg y que más que un perro parece una ratilla. Cuando decidí que necesitaba un perro en mi vida no lo pensé bien, sólo quería un ser que siempre estuviera contento al verme llegar a casa, que me esperara cada día y que llenara esos espacios solitarios. La verdad es que cuando quiero algo lo quiero ya y puedo ser muy persuasiva. Pobre Borja, uso todos sus argumentos para convencerme de que no podíamos tener un perro en una casa de sesenta metros, que era una responsabilidad enorme, que... Le oí pero no le escuché, es más le gané por la pena sin tener que hablar. Estaba desesperada, problemas de trabajo, la recta final de su oposición y las largas horas de espera solitaria en casa. Pensé que un perro nos ayudaría muchísimo a los dos.Soy pesada e insistente y cuando quiero algo lo quiero ya. Se lo dije a todo el mundo, estaba buscando un  perro tamaño piso y me daba igual que fuera un cachorro. Fui a las perreras que estaban en los alrededores, pero los perros pequeños estaban perdidos y tenían microchip. Y entonces un viernes me llamó mi suegro y me dijo: "tienes a tu perro aquí". Yo pensé que estaba bromeando, pero no allí en su trabajo tenía a mi perro. Cogí el coche y me fui a los chinos a comprar una caja para el perrito. Compre la caja de cartón más bonita que encontré, porque mi perro no iba a tener una caja de la basura, faltaría más. Llegué a el estudio donde trabajan mi suegro y mis cuñados emocionada. Abrieron la puerta y lo primero que me dijeron es que a lo mejor no era lo que esperaba.Cuando la vi he de reconocer que me decepcionó un poco. Estaba demasiado sucia, con el pelo mal cortado y no me dejaba acercarme a ella. Estaba tan asustada, temblaba y escondía la cabeza para evitar que la miráramos a los ojos. Reina de Jeveva, así se llama mi perra, tenía ya mucha historia. Me la regalaba su criador porque las dos últimas camada que había parido habían nacido muertas. Me dieron esa información mientras yo la miraba incrédula, era tan pequeña que no podía creer que tuviera casi cinco años. La decepción desapareció rápidamente dejando paso a una mezcla de alegría y pena. Conseguí cogerla mientras se deshacía en temblores y llevarla al veterinario, que la examinó pensando que era un cachorro y dándome recomendaciones que no no han servido para nada.Llegó a casa aquella noche, Borja sintió una decepción mucho mayor que la mía, y eso que ya estaba limpia. La envolví en un jersey que olía a mi y no se movió de allí en varios días, únicamente abandonaba su refugio para comer y beber. Todo le daba miedo, nosotros, la casa el mundo. Vivía de sobresalto en sobresalto incapaz de relacionarse. Había vivido siempre en un patio de veinte metros, compartido con otros doce perros y con la única expectativa de criar. No la habían hecho caricias, nadie le había dado comida en su mano, nadie le había demostrado el más mínimo cariño. Se hacía sus necesidades por toda la casa y huía de nosotros despavorida.Pero Reina no sabía lo pesada que puedo llegar a ser. Mi único propósito en aquellos días fue mimarla, enseñarle lo que es el cariño. Poco a poco me fue conociendo y necesitando. Fue mágico, en esos días sólo pensaba en ella, todos los demás problemas se convirtieron en algo secundario, ella me necesitaba más.Pero para Borja fue más duro, le ponía nervioso, estaba agobiado por su examen físico, y no lo pudo soportar. Después de una semana, entre lágrimas la llevamos a casa de sus padres hasta que el terminara. Todos los días íbamos a verla y sorprendentemente me esperaba. No se movía en todo el día de su colchón, pero cuando yo llegaba saltaba, me lamía y se encaramaba a mis piernas para que la cogiera. Aquel momento era uno de los mejores del día, sin duda.Quisieron devolverla, el problema de socialización era tan grande que no tenía conductas normales de su especie. Me negué con todas mis fuerzas, ya era mía, ya había sufrido suficiente y sólo necesitaba tiempo.Borja terminó sus pruebas y algo receloso fue a recogerla. Y si, no era la perra lo que había provocado sus ansiedades. Cuando lo comprobó fue un alivio para los dos.Y desde entonces somos tres en la familia. Han pasado varios meses y Reina ha aprendido muchas cosas, que no la vamos a abandonar, que siempre tiene comida en su plato y nadie se la va a quitar, que los paseos son buenos, que no todo lo que le rodea es el enemigo y que la queremos. Ahora cada vez que llegamos a casa nos recibe feliz haciendo cabriolas y nos da lametones en la piernas o en las manos. Y me persigue, allá donde voy ella detrás, siempre a dos pasos de mi, fiel. No, no es una perra normal, aun no sabe jugar, aun no responde a nuestras órdenes, ni nos levanta la patita. No nos importa porque Reina nos ha regalado algo muchas cosas, los paseos, su cariño y lo más importante una preocupación. Es increíble  la felicidad que aporta el preocuparse por otra cosa que no sea uno mismo.